sábado, 15 de enero de 2011

CÓMO COMBATIR EL ESTRÉS


Cómo dominar el estrés



Guelong Thubten

Hace veinte o treinta años era inusual admitir que se sufría de estrés, la gente se avergonzaba de ello; hoy en día, por el contrario, nos sentimos cómodos reconociéndolo, el ritmo de vida rápido que llevamos lo justifica y, hasta cierto punto, nos da una aureola de mártires. Hemos llegado a una situación en que incluso se contempla ya en la legislación laboral de algunos países, como es el caso de Inglaterra, en donde las empresas deben ofrecer cursos sobre el manejo del estrés.

Viajo a menudo dando conferencias y cursos de meditación, en general desprovistos de trasfondo ‘religioso’, lo que me permite visitar y conocer todo tipo de lugares y ambientes: como prisiones, escuelas, hospitales, empresas. La gente suele sorprenderse de que sea un monje quien les hable de estrés: ¿qué puede saber un monje de estrés? No se imaginan cuán equivocados están.

Para aprender a controlar el estrés hay una metodología bien definida cuyo primer paso es identificarlo: saber qué es, notarlo cuando aparece. La gama de sensaciones es amplia, pero básicamente podemos decir que uno se siente acelerado y en un estado general de confusión. A nivel físico, suele localizarse en los hombros en forma de rigidez, o como una tensión extendida por todo el cuerpo. Si vamos por la calle, por ejemplo, notamos como si los edificios de ambos lados nos aprisionaran y fueran a caérsenos encima. Y todo ello suele estar relacionado con la presión que ejercen los demás sobre nosotros y el temor de no poder cumplir con lo que se nos pide.

El segundo paso es preguntarse cuál es su origen, su causa; y, aunque parezca una obviedad, ya que esta es siempre la gran pregunta, no deja de ser necesario, puesto que cometemos de forma reiterada siempre el mismo error: pensar que el estrés viene de fuera. Le echamos la culpa al trabajo, o a nuestra situación familiar, o a cualquier otra circunstancia externa; y, en consecuencia, nos sentimos víctimas y buscamos escapar cambiando de trabajo, de pareja o el lugar en el que estamos. Corremos y corremos intentando huir, y realmente es imposible, porque aquello de lo que deseamos escapar es nuestra propia sombra: el estrés lo llevamos con nosotros. Una excelente forma para darse cuenta de esto es hacer un retiro, ya que al sentarse en silencio y soledad se descubre que el estrés y el enfado continúan; ergo el problema está dentro de uno mismo.

Si ponemos a cincuenta personas en una misma situación, las reacciones serán muy diversas, cada cual tendrá la suya propia, debido a que la mente de cada persona es diferente. Uno mismo, hay días en que vamos al trabajo y todo es perfecto; pero otros días aquello parece un infierno. El estrés, por tanto, es una respuesta interior a la situación exterior. Comprender esto es el paso esencial; quien no lo haga nunca llegará a ningún sitio.

Todavía nos queda, no obstante, en este punto, clarificar si tiene un origen físico o mental. A veces llegamos a casa por la noche, cansados, y parece que lo que necesitamos es ocuparnos de nuestro cuerpo para quitarnos de encima la tensión: tomamos un buen baño, a ser posible con sales minerales, y luego salimos a dar un tranquilo paseo, o nos sentamos en un confortable sillón y vemos un rato la tele. Pero si nos paramos un momento y analizamos qué es lo que hemos hecho a lo largo de la jornada que nos ha dejado en ese estado de agotamiento, nos damos cuenta de que en la mayoría de los casos hemos estado sentados detrás de una mesa y casi ni nos hemos movido en todo el día. De modo que si el cansancio no procede del cuerpo, ¿cómo pretendemos quitárnoslo de encima relajando el cuerpo? Lo que está realmente cansado es nuestra mente; el cuerpo lo registra y se siente cansado a su vez; pero, si queremos ir a la raíz del problema, es en la mente donde debemos mirar y actuar.

Ese baño, esa cena, esa película bonita, no dejan de ser otra cosa que respuestas limitadas y que, para postre, nos crean dependencia: nos acostumbramos a ellas y ya no sabemos relajarnos si no se dan, de casualidad, las condiciones propicias. ¿Qué haremos al día siguiente en la oficina, en la escuela, en la reunión de trabajo, si nos sentimos estresados y no podemos ir al baño y meternos en la bañera, ni salir un rato a ver la puesta del sol?; entraremos en situación de pánico, que es donde ataca el estrés con todo su ominoso poder. Por no hablar ya de la tremenda inseguridad que conlleva la convicción de que solo en lo exterior encontramos satisfacción, y la sensación subsiguiente de que no hay nada dentro mío suficientemente bueno que pueda sustituir a eso exterior que tanto me aporta. Por tanto lo que hay que hacer es aprender a relajarnos de manera interna, sin depender de las muletas exteriores.

La meditación es, pues, la única respuesta válida. Y esto, incluso los que nos llamamos budistas, debemos recordárnoslo de forma constante; hasta que hayamos comprendido realmente que la solución está dentro de nosotros y dejemos de responsabilizar a otras personas o situaciones de nuestros males; hasta que paremos de buscar a alguien o algo que nos dé satisfacción, que nos produzca la sensación de que todo está bien. Es muy fácil dejarse llevar por esta sensación de que la felicidad tiene que venirnos de fuera.

Hay una manera formal de meditar, que es ese espacio diario reservado en que nos sentamos físicamente a ‘no hacer nada’; y otra manera informal, que consiste en el cultivo de la atención en cualquier instante de la vida cotidiana. Es importante practicar las dos, y de hecho la primera conduce necesariamente a la segunda. Para un principiante, no obstante, es imposible mantener la atención consciente de manera sostenida; pero hay unas técnicas que pueden ayudar en este entrenamiento de manera eficaz.

Comencemos por la meditación formal. Existen muchos métodos, pero para el caso que nos ocupa hay uno que me enseñó Akong Rimpoché que considero especialmente útil: yo le doy el nombre de ‘meditar con el cielo’; para ello se necesita ver literalmente el cielo desde el lugar en el que os sentéis a meditar. Aunque también existe la posibilidad de imaginarlo si no hay otra opción, caso de estar en una prisión, por ejemplo. Muchas veces, cuando meditamos, usamos un objeto para concentrarnos sobre él, ya sea la propia respiración o alguna visualización; en este caso, el objeto es el cielo, y lo que hay que hacer, después de sentarse y quedarse inmóvil, es mirar el cielo, abandonar la mirada en él, y dejar que la mente se relaje como si fuera el mismo cielo. Encuentro esta manera idónea porque el estrés hace que la mente se cierre como un túnel, y darle esa apertura tiene el efecto contrario: el cielo es infinito, no tiene principio ni fin, carece de límites. Miras el cielo abierto y llevas tu conciencia allí, donde están los ojos; y cuando la mente empieza a perderse, hay que volverla allí donde están los ojos.

Un error muy común entre la gente que empieza a meditar radica en creer que no se puede tener pensamientos, que la mente debe estar vacía; de hecho mucha gente piensa que no saben meditar, que les es imposible. Si os fijáis, las expresiones típicas que aparecen en muchos libros de divulgación y entre los malos profesores de yoga son “vacía tu mente”, “deja tu mente en blanco”. Podemos hacer una prueba ahora mismo, sobre la marcha: decidle a vuestra mente “no pienses en una patata”... ¿A que no os la quitáis de encima? Y, sin embargo, si nos acercamos a alguien, lo agarramos de los hombros y, mientras lo zarandeamos, le gritamos ‘¡piensa! ¡piensa!’, lo más probable es que se quede en blanco. Si presionamos la mente conseguimos lo contrario; la instrucción correcta es no intentar parar los pensamientos, solo relajarse, y, si los pensamientos llegan, déjalos venir, y cuando se vayan déjalos ir. No es bueno apartar los pensamientos, pero tampoco hay que dejarse llevar por ellos; relajarse, dejar que vengan, no involucrarse en ellos y dejar que se vayan; de este modo la mente recupera su funcionamiento natural.

Si los contenidos mentales absorben demasiado vuestra atención, podéis imaginar que se trata de una calle con mucho tráfico: si te fijas en cada uno de los coches que pasan te vas a marear, si por el contrario fijas tu mirada en un punto al otro lado de la calle tu mente se relajará y dará lo mismo el tráfico que haya. Cuando te hallas mirando el cielo, los pensamientos son como las nubes que transitan, y cada vez que la mente se distrae la reconducimos allí donde están nuestros ojos, hacia el espacio abierto.

Os sugiero empezar la meditación haciendo tres respiraciones lentas: al inspirar os llenáis de energía nueva; y con cada espiración imagináis que expulsáis todo aquello que os molesta en esos instantes, y al salir se disuelve en el espacio. Luego se vuelve a la respiración normal mirando el cielo. Quince minutos al día es una buena dosis para empezar; podéis cerrar a ratos los ojos para descansar; y, como manda el sentido común, no hay que mirar directamente el sol. Conviene tener una buena postura de meditación y un buen maestro al que acudir en caso de que surjan dudas o preguntas. A veces, al término de la sesión, uno se puede sentir un poco como colgado en el espacio; si esto pasa, está bien volver a concentrarse en sentir el cuerpo.

Para acabar voy a hablar un poco de los métodos de meditación no formales, y en concreto os voy a explicar dos técnicas. La primera es relativa a la atención en la vida cotidiana, y consiste en, varias veces al día, traer la mente al presente, de forma global, sin centrarse en puntos específicos, solo tomando conciencia del momento presente, y relajarse. Y esto lo podéis hacer en cualquier situación, caminando, trabajando: se trata de traer la mente al instante actual y daros cuenta de lo que estáis haciendo, pero continuando con la actividad. No conviene alargarlo demasiado, ya que puede volverse contraproducente; salvo que estéis a gusto, es mejor hacerlo en períodos cortos, muchas veces al día, hasta conseguir hacer de ello un hábito.

La segunda técnica es para cuando ya dominéis la anterior y se puede añadir en situaciones especiales: consiste en intentar relajarse en medio de un atasco de tráfico, en una cola o en situaciones de dificultad parecida. Recordad que nuestro objetivo es relajarnos en momentos difíciles, y por ello elegimos ejercitarnos con estas esperas obligadas que suelen generar gran tensión. Imaginaos: estamos atrapados en un gran atasco y llegamos tarde al trabajo, la tensión crece por momentos, pero de pronto nos damos cuenta de que no podemos hacer nada y pensamos ‘me rindo’; y me comporto como si estuviera sentado en un asiento, tan tranquilo. Si conseguimos hacer un hábito de este comportamiento, llegará un momento en que podamos reaccionar a situaciones tensas de forma relajada con naturalidad, e incluso en los ámbitos de nuestra vida que nos resulta más difícil manejar. Con esta práctica, lo que aprendemos realmente, en el nivel más profundo, es a dar la bienvenida a los obstáculos, porque son una oportunidad de aprendizaje. Encarando las cosas de esta forma, el propio estrés se convertirá en nuestro maestro en vez de ser una experiencia destructiva.

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